jueves, 19 de noviembre de 2009

La noche del huracán



"Tu pelo rubio flota en el viento del huracán

que todo lo destruirá esta noche"


Fragmento de "El día del huracán",

tema musical del conjunto

El mató a un policía Motorizado.





De pronto puedo sentir en el aire magnetizado el aroma de algo que es inminente. El cielo ha tomado un giro extraño hacia una gravedad que filtra los colores, opacándolos. Las nubes verdes y oscuras se cierran y dentro de ellas vemos estallidos de luz violeta que saltan de una a otra sobre la curva del horizonte. El Océano Pacífico se agita en ondulaciones que no llegan a ser olas, mas bien brincan sobre la superficie sin brillo como cientos de caballos azules y enloquecidos. La oscuridad avanza, y la luz que define los perfiles de la las pequeñas embarcaciones, la playa, las palmeras, las cabañas y la gente, se ha vuelto extraña, imprecisa. La luz parece haber quedado en la memoria de la arena, que irradia una tenue fosforescencia, recortando mi figura en el fondo de tus ojos. Que abren y cierran apretando los párpados y abriéndolos muy grandes. Creo ver el temor en esa repetición exacta. Algunos turistas ya caminan rápido hacia la salida de la playa, bordeando la línea de las cabañas. Los nativos de la isla en cambio corren, van ligeros como gacelas silenciosas que apenas rozan la arena. Nos esquivan llevados por fuertes ráfagas de viento que vienen del mar. Entre los turistas que vociferan en idiomas que desconozco distingo el inglés y alcanzo a entender, antes de que la voz en cuestión se disuelva en el viento, algo que dicen que dijeron las autoridades. Observo que el mar se ha retirado varios metros y ésto llama mi atención. Cuesta mantenerse en pie y me afirmo llevando una pierna hacia atrás. Sobre la orilla la arena mojada refleja las descargas eléctricas que cortan el cielo casi negro y ninguno de los dos sabe si caerán cerca o lejos. Siento las primeras gotas en la cara. Recién ahora se oyen las explosiones. Subís tu mano dentro de la manga de mi camisa, acariciándome el hombro. Te tomo por la cintura, trayéndote hacia mí. Somos los últimos, y es todo tan hermoso. Mechones de tu pelo rubio flotan en el viento del huracán, que todo lo destruirá esta noche.


Resignadas, las palmeras se doblan en una coreografía violenta y algo triste, dejando ir algunas de esas ramas enormes que pasan volando muy cerca, silbando en el aire del final. El mar sigue en su retirada. El viento es frío y aunque nos inclinemos hacia adelante acaba por vencernos. Tu mirada me espera entre las líneas de la lluvia horizontal, palpitando un gesto, una señal. Corramos. De espaldas al mar remontamos la salida de la playa viendo cómo el viento hace vibrar los techos de paja de un par de cabañas y de una casita más allá, hasta que logra arrancarlos y los hace volar enteros como si fueran trastos inútiles. Los techos se alzan incrédulos junto con ropas y otros restos en dirección a la boca del cielo, que termina tragándolos. Vamos ganando la pendiente y oigo a lo lejos el sonido de una sirena cuyas ondas se desvían por momentos en las ráfagas menores que cruzan desde todas direcciones. Te veo con el pelo pegado a la cara, agitada, y me concentro en pasarte algo de energía. De la mano corremos en subida y adelante a muchos metros van corriendo algunos otros, desordenados, vacilantes en el agua que golpea. Me paro de pronto, tu brazo se estira y volvés hacia mí. Giro hacia el mar que ahora está planchado y me sorprendo al ver que se ha atrasado otro tanto, calculo que ya son más de cien metros. Se ha borrado la línea que divide el cielo del horizonte, si bien creo ver que algo lento empieza a levantarse en ese punto. Me mirás. Vos también lo ves. Hacia la mitad tiene un brillo opaco color verde esmeralda y ahora sobre la parte de arriba y a lo largo del horizonte se ha trazado una línea delgada y muy blanca, de un tono fosforescente que atraviesa la bruma. Se hace cada vez más grande, parece un ser vivo y se acerca. Cerrás tu mano sobre la mía con fuerza. Mis pies están clavados en la arena, sin respuesta. Sin dejar de mirar trato de detectar si esa presión que siento en el pecho y que hace fluir la sangre a la cabeza se corresponde al temor, a la exitación o a ambos.


Corrés adelante guiándome a través de un sendero entre la vegetación que se agita y se quiebra, esquivando las ramas, bolsas, y pedazos de cartón que vuelan. Miro hacia atrás y veo dentro de la abertura que el camino traza sobre la selva, algunas pequeñas embarcaciones que trepan la ola gigante si llegar nunca hasta la cima de esa montaña de agua. Terminan por dar un giro completo y hundirse estúpidamente. La ola cae pesada arrasando la costa y todo lo que hay a lo largo de ella, en un estruendo que hace vibrar la tierra a nuestros pies. El pensamiento rápidamente pasa a formar parte del pasado, y el pasado es tragado a su vez por el tentáculo voraz y enorme de ese animal de agua que corre veloz hacia nosotros a través del desfiladero. Finalmente nos toma y nos levanta y creo ver tu mirada vacía antes que la espuma nos cubra del todo y el cauce demencial nos haga girar y girar y girar.


Y seguimos girando y trato de aferrarme a tu mano mientras objetos golpean mi cuerpo. Ya nada depende de mí ni de vos y esa sensación es en parte liberadora. Pienso "nunca", "nada", "nadie", y veo esas tres palabras brillar en la oscuridad de mi mente. Por otro lado sigo atento a este nuevo devenir. Logro emerger en medio de la correntada y luego de tomar una gran cantidad de aire por la boca, lo primero que veo es la nada misma que se confunde entre el cielo y este nuevo océano, sólo agua y algunos gestos de la vegetación que sobresalen. Tiro con fuerza y tu cara reaparece inexpresiva. Respirás con fastidio, como si ya te hubieras acostumbrado a la anterior situación. Te abrazo, aunque no llego a encontrarte. Seguimos avanzando impotentes y vemos puntos que flotan y se mueven a lo lejos dentro de este nuevo horizonte circular. Adivino que son personas como nosotros pero es muy difícil enfocar, la lluvia por momentos es como una neblina que impide ver más allá. Un remolino nos hunde y nos arroja en otra dirección. Bajo el agua, de pronto, veo ante mí algo muy oscuro que se acerca, e instintivamente me perfilo y le opongo el costado del cuerpo. Choco contra una pared y vos te aplastás contra mí, a la vez que oigo el eco submarino de mis huesos al crujir. Subo llevándote del brazo, siguiendo la pared hasta la superficie y al salir veo que sobresale del agua. Trato de empujarte para que trepes por encima mío y no obtengo reacción de tu parte. Entonces escalo afirmándome en las uniones de los bloques de cemento y me encuentro con una terraza o explanada no muy grande, rodeada por un muro que no tiene más de un metro. Las olas cada tanto le pasan por encima. Desde arriba veo que flotás en un halo teñido de rojo. Me mirás con dificultad, las gotas gruesas repiquetean en tu ojos y aún así mantenés la vista en mí. Me estiro para sacarte del agua y al levantarte veo la herida sobre el muslo izquierdo, que escupe sangre como una boca a intervalos irregulares. Te acomodo sobre el cemento y con mi cuerpo intercepto la lluvia que cae sobre tu cara, te acomodo un poco el pelo y te acaricio la frente. Te dedico una sonrisa cansada sin querer mirar la herida. Me pregunto si la sentirás, vos sonreís apenas y lo único que querés en el mundo es poder cerrar los ojos. Anudo mi remera con fuerza a tu pierna a la altura de la ingle y veo cómo la presión de la sangre de a poco va cediendo. De la herida que es como una mueca macabra ahora emana un líquido rosado aguachento que se escurre rápidamente. Te acerco con cuidado al muro para dejarte al reparo del viento y la lluvia, que aumentan su violencia. La temperatura sigue bajando, ha desaparecido la tierra alrededor, y observando la inmensidad que nos rodea abrazo la falsa idea de estar navegando a la deriva. Importa muy poco el hecho de que no nos estemos moviendo.


Por un instante la pantalla del cielo se enciende por completo y proyecta mi sombra dura sobre tu cara. A cada resplandor le sigue un estruendo que parece partir la tierra, si es que aún existe en algún lado. Es noche cerrada, vos dormís y yo creo haberlo hecho de a ratos cubriéndote con mi cuerpo, aunque ahora la lluvia y el frío lo hacen imposible. Creo verte más blanca luego de cada explosión. Te pelo escurre el agua, inhalás y exhalás suavemente aunque a veces el ciclo se interrumpe y te observo atentamente hasta que volvés a hacerlo con normalidad. Ahora yo no paro de temblar. Cada tanto pierdo el control de la respiración y caigo en un ahogo del que logro salir luego de abandonar la idea de controlar la respiración y tratar de calmarme un poco.


Me despierta el silencio del agua corriendo en medio de la noche y el eco de un golpe lejano que se propaga a través del cemento. La lluvia paró y el viento es ahora algo más que una brisa. Siento una caricia tibia que me recorre los huesos. Seguís dormida y respirando normalmente. Me levanto con dificultad y voy reconociendo cada músculo, y uno a uno van tensando la cuerda del dolor. Me afirmo sobre el muro y veo el agua a centímetros. Extrañamente el cielo espeso comienza a abrirse y aparece una luna blaquísima, interrumpida ocasionalmente por pequeñas nubes que pasan veloces. Acostumbro la vista a la luz de esa luna gigante y veo pasar un desfile de cuerpos pálidos que flotan con gracia, primero son algunos que giran sobre sí mismos como en una danza, luego son cientos los cuerpos que se enganchan por las piernas o los brazos y siguen girando o golpean toscamente la pared del costado del edificio y hasta creo escuchar una música como de vals en mi cabeza.


Bajo este influjo lunar espero ver que te levantes y corras a abrazarme, en cambio te encuentro serena y radiante entre haces de luz que puntean el agua que se ha juntado a tu alrededor. La pierna está hinchada y supura un líquido blancuzco que se mezcla con la sangre estancada en el fondo de la carne. Al tocar la piel tensa y oscura noto que el muslo está caliente. Aflojo el nudo sólo un poco y veo que la sangre es negra bajo esa luz mágica, y sube hasta rebalsar y caer en un hilo por el costado de la pierna sobre el cemento, disolviéndose al tocar la superficie mojada. Vuelvo a ajustar el nudo y escurro el exedente de la sangre con un pedazo de tela que remojo estirando el brazo hacia el agua salada del nuevo océano que se ha formado a nuestro alrededor. Mientras te limpio veo en el charco de agua el reflejo de la luna que vuelve a ocultarse. Junto un poco en el cuenco que formo con mis manos y tomo de ese agua lunar antes de que se extinga. Así varias veces.


Es de día y la lluvia golpea con fuerza el cemento, disolviendo la costra de sangre endurecida. Trato de cubrirte con el cuerpo pero las olas estallan contra el muro y nos bañan de espuma helada, que se queda crepitando en el cemento antes de disolverse. Pienso que en definitiva el agua del mar le hace bien a tu herida pero el agua de lluvia que ahora se mezcla con la sal es la única que puedo tomar. Trato de dominar el temblor que me asalta por momentos, llevo el oído a tu boca y te oigo respirar con dificultad.


Con los codos sobre el muro observo detenidamente la oscuridad y ninguna información me llega a través de la vista. Sólo el sonido del agua que golpea mansa ahí abajo y el silbido ahogado en mi pecho al respirar. De pronto veo algo que interrumpe la nada. Son dos puntos luminosos de un brillo verdoso amplificado, que luego de un segundo se apagan. Y se vuelven a encender. Se apagan y se encienden. Se abren y se cierran. Son dos ojos y creo que me miran. Veo que se pierden en la noche pero afino la visión y vuelvo a encontrarlos un poco más arriba de donde habían aparecido. Se abren y se cierran. Se apagan y se encienden.


Varias horas sin lluvia y sé que comienza a amanecer, sólo porque creo estar despierto desde hace un buen rato a causa de dolor intenso que siento en el cuerpo de tanto temblar. Te miro para ver si respirás y te veo tranquila. Muy pálida, pero tranquila. Siento la garganta rugosa, ruedo sobre el cemento y tomo el agua directamente del charco y al tragar siento el gusto diluido de la sal. Hago un buche y me acerco a vos, dejando caer un hilo de agua semisalada dentro de tu boca. Inclino tu cabeza para que tragues y felizmente lo hacés. Repito la operación un par de veces. Me asomo al muro y veo el nuevo océano, revuelto, gris y opaco, ya las nubes no son tan gruesas y hay hay algo en el horizonte, como una claridad. Vuelvo a sentir el gusto de la sal en lo alto de la garganta. Las nubes se descorren como un velo, cae sobre mí una luz cálida y por el cuerpo se expande una sensación agradable, erizando la piel a su paso. Los rayos de luz naranja atraviesan las nubes y por el costado del ojo advierto a varios metros la punta de un árbol que sobresale del agua. Se mece lentamente. Veo un bulto que se mueve entre las ramas. Y que me mira estirando el cuello con la cabeza quieta cuando voy a la otra esquina para verlo mejor. A contraluz logro ver una especie de gato salvaje o algo más grande, pero definitivamente felino, por la cautela en la forma de moverse. Tiene un pelaje salpicado de gris y marrón y luego de un segundo de mutuo reconocimiento, deja de prestarme atención y baja por las ramas hasta quedar muy cerca del agua, que emite puntos amarillos que titilan. Acerca el hocico hasta casi tocar la superficie y así se queda uno segundo, vuelve a subir y se acomoda en una rama alta. Luego lame con dedicación la pata de adelante y con ésta refriega el costado de la cabeza y la oreja, en un movimiento enérgico y sincronizado del cuello y el hombro. Y así lo hace varias veces.


El sol está bien arriba y el cemento arde como mi cabeza. Uso el short de jean para juntar agua y refrescar tu frente y la losa sobre la que descansa tu cuerpo. Y también escurrir otros líquidos que hieden. El agua se evapora rápidamente y creo verme desde afuera yendo y viniendo, yendo y viniendo. Observo mi debilidad cuando retuerzo la tela sobre tu herida para limpiarla. La herida es un desastre, la piel se ha dado vuelta y la carne sale para afuera. En eso te oigo respirar fuerte y luego tosés, contrayéndote, y al hacerlo veo cómo el músculo escupe sangre que empieza a acumularse. Abrís los ojos y me mirás y no sé si enfocás en mí o en un punto más allá. Con el reverso de la mano te acaricio la frente y los pómulos. Revoleás los ojos por debajo de los párpados, sonreís débilmente y decís algo con una voz pastosa que no llego a comprender.


Despierto abrazado a tu cuerpo lastimado por el sol y veo que está oscureciendo. El dolor me oprime las sienes y sobre el muro que nos rodea veo recortadas las figuras de una docena de pájaros que miran. Son blancos, grandes y tienen largas patas anaranjadas con membranas entre los dedos largos. Las cabezas son chicas y planas, tienen picos en forma de gancho y ojos pequeños, negros y hundidos, que parpadean con expresión idiota. Mueven las cabezas y hacen extraños sonidos con la garganta o algo así. Les arrojo el short de jean que ahora es como un tubo reseco, y se alejan alborotados desplegando sus alas enormes entre quejidos agudos que rebotan en los ángulos de cemento. Corro hacia el muro y veo el jean flotando en el agua calma, entre círculos que se expanden sobre la superficie. Tocado por la luz del atardecer, atento en su rama el felino se relame viendo los pájaros huir.


Hay un halo blancuzco que se extiende sobre la línea del horizonte circular. El aire es muy delgado y alcanzo ver hasta la última nube de polvo cósmico en la vía láctea. Bajo la luz de la luna gigante te veo de pie sobre el borde del muro con las manos en la cintura, la luz blanca dibuja el contorno de tu cuerpo y hace brillar tu pelo. Te veo hermosa, radiante. Levantás los brazos y una pierna y comenzás a girar con gracia de costado, dando medialunas sobre el muro alrededor mío. Llevo la vista a la otra punta y veo tu cuerpo descolorido tirado sobre el cemento y en eso oigo un sonido de aguas que se agitan. Sobre el muro seguís girando y haciendo piruetas cuando aparece el felino, que ha nadado desde su rama y ahora trepa la pared, y con los ojos de fuego se lanza sobre tu cuerpo tendido. Enorme y negro sacude la cabeza conectada al cuello ancho de músculos hinchados, tironeando y desprendiendo pedazos de tu carne que engulle sin masticar, mientras sostiene tu cuerpo con garras deformes. A la vez seguís girando, liviana sobre el borde de la pared como si nada. Abro los ojos en medio de un temblor insoportable, con la mitad del cuerpo sumergida en el agua que se estuvo acumulando. El cielo se enciende en explosiones terribles, y a la luz de una de ellas veo que tu cuerpo se ha deslizado unos metros hasta quedar de costado sobre la esquina, con un brazo extendido en forma aleatoria, como un juguete olvidado. La lluvia torrencial me da de frente, me acerco reptando y me acomodo en la esquina, con tu cabeza apoyada sobre las piernas.




Boca arriba siento el gusto de la sangre al tragar. Llevo la mano a los labios y las yemas dudosas tantean los tajos resecos. La mano cae sin vida sobre el cemento caliente. La piel hierve y no consigo abrir los ojos.





Estiro los brazos tratando de alcanzar tu cuerpo y lo único que hago es mover el agua acumulada a mi alrededor.





Tengo la boca abierta y el agua de la lluvia no llega a pasar por la garganta poblada de llagas.





Ya veo los helicópteros surcando el cielo azul intenso de este mediodía y trepo al muro y les hago señas agitando los brazos ampliamente, aunque seguro ya nos vieron. Los hombres valientes se descuelgan de la panza abierta de la nave enorme, que se mantiene firme zumbando sobre nosotros. Toman tu cuerpo y lo elevan con destreza por la línea, tu pelo opaco ondula en el viento de las aspas. Luego hacen lo mismo con el mío, y una vez arriba, en silencio lo ubican junto al tuyo. Por fin nos elevamos y veo el helicóptero alejarse, llevándose los cuerpos que alguien cubre hasta la frente de un modo responsable, mientras yo sigo subiendo.



Noviembre de 2009


















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