Sábado, 9 menos cinco de la noche.
El cajero punk del Tower de la calle Santa Fe observa la pila de CD´s sobre
el mostrador. Se da vuelta hacia a su compañero stone, que lo ignora mientras
examina un viejo vinilo de los Faces. Está a mitad de precio. El cajero punk
revolea los ojos, tuerce la boca, trata de activarse pero es como si la pared
lo retuviera. Empieza a pasar uno a uno los discos por el láser. Moon Safari
de Air; Mezzanine de Massive Attack; Rocío de Melero; Hejira de
Joni Mitchell; Different Class de Pulp. Detrás de él, un cartel pegado
con cinta anuncia: LIQUIDACIÓN TOTAL. Cuando es el turno de Marquee
Moon, de Television, cambia la expresión del cajero punk. Asiente con la
cabeza y busca la mirada de Julián, en signo de aprobación, de fraternidad
melómana. Del otro lado del mostrador, con los codos apoyados sobre el borde,
Julián no le presta atención. Mirando hacia la vidriera se distrae con el
traqueteo de la cortina de metal, que va bajando. A un costado, un guardia de
seguridad se escarba la oreja con el índice. Entusismado con lo que encuentra,
lo amasa durante un segundo. Se huele los dedos, piensa en algo, quizás tiene
un recuerdo. Huele una vez más y se limpia la mano contra el pantalón.
Afuera es julio y los que caminan para el lado de Callao tienen que
inclinarse hacia adelante, para vencer al viento que empuja en ráfagas que
suben desde la 9 de Julio. Una señora sale de Wendy´s con tres nenes de
la mano. Hace fuerza con todo el cuerpo para que no salgan volando. Los tres
aúllan de felicidad al sentir que los pies se despegan del suelo.
Julián sale del Tower con la bolsa de discos bajo el brazo. Por un momento
el aire frío en la cara es un alivio a la calefacción húmeda de adentro. El
viento helado le sacude el sopor, lo despierta. Parado en el medio de la vereda
se queda un minuto decidiendo qué hacer. Una opción sería volver a casa a
escuchar los discos, comer y prepararse un trago, hacer tiempo. Hasta que pase
algo. Pero la noche, con el frío, los negocios que van cerrando y las calles
que empiezan a vaciarse, se abre en diferentes posibilidades. Hay un momento de
la noche en que el tiempo parece empezar a estirarse, o directamente detenerse.
Le gusta esa sensación. Uno queda a salvo de las decisiones, de tener que
pensar en el futuro, moviéndose sólo en un presente continuo, donde todas las
horas son la misma.
Se sube el cierre de la campera de cuero, y justo cuando se da cuenta de
que le haría falta una bufanda, el celular vibra dentro del jean. Tiene dos
mensajes nuevos.
El primero es del Quemado:
"Amiguito, venga rapidito! Está viniendo Charly. Traete 100 pecitos.
Me prestás 25? : )".
Levanta la vista de la pantalla y se le viene la cara de Arjona. El Quemado
es igual a Arjona.
Vuelve al buzón de entrada; el segundo mensaje es de Vika:
"Salgo a las 4, me pasás a buscar? Ya sabés el chocolate q me gusta,
jé : )".
Charly Brown, piensa, el mismísimo Charly Brown en persona.
Le vienen imágenes de las anécdotas que oyó de Charly. De pronto siente una
ansiedad en el pecho, algo en el estómago, una aceleración en todo el cuerpo. “Voy
para allá. Estoy en 15”, tipea, mientras empieza a caminar hacia el bajo.
Cruza Callao y después Santa Fe, a la altura de la Bond Street. Unos
skaters muertos de frío se esfuerzan por mantener el espíritu, tirando trucos,
fumando porro y dándose empujones. Al fondo de la galería casi vacía se oyen
ecos de risas, música electrónica y el sonido agudo y vibrante de una máquina
de tatuar. Pasando Talcahuano, la Quinta Avenida está desierta, detenida en
otro tiempo. Se frena para mirar; le fascinan los desniveles, la luz
amarillenta y ese olor a ropero viejo. Como en un sueño se ve a sí mismo yendo
y viniendo por los pasillos, buscando ropa vintage para la noche. Eldorado,
Ave Porco, el Morocco; podía estar concentrado en el baile durante horas,
buscando mejorar su técnica sin hacer otra cosa. Y después volver en tren hacia
el oeste, pensando en lo que podría haberle dicho a esa chica, con la cabeza
llena de flashes, la noche adelante y el amanecer atrás.
Acelera el paso. En la iglesia de la otra cuadra hay un casamiento. Pasa
apurado pidiendo permiso entre hombres de frac, esquivando mujeres excitadas
con la espalda desnuda bajo los sacos de piel. Baja la mirada. Los casamientos,
los bebés, y la gente que se muestra feliz en general le producen escalofríos.
Se sacude los granos de arroz que le quedan en el pelo y en el cuello de la
campera.
En la 9 de Julio se forman remolinos que levantan hojas secas, papeles y
bolsas de plástico. Cruza al trote, despidiendo vapor en la respiración
agitada. Llega a Plaza San Martín. Bandadas de turistas recorren la desolación
de Florida a la altura de donde nace, buscando lugares para comer. De un día
para el otro coparon todo, desde que el cambio los favorece. Se amontonan
frente a cualquier lugar que muestre la figura de una vaca. Las parrillas de la
zona ahora se llaman “Steak Houses”.
El Quemado vive en Marcelo T., en un edificio muy antiguo casi llegando a
Alem. Bordea la plaza hasta el quiosquito del Kavanagh. El quiosco tiene una
marquesina amplia y luminosa que proyecta un halo circular hacia la vereda, de
luz densa, concreta. Parece el mascarón de proa de un barco intergaláctico.
Pide un chocolate con almendras, una caja de preservativos y dos sorbetes.
Y por las dudas una coca de vidrio, para disimular.
9 y media.
-¿Chuli? -el Quemado atiende el portero eléctrico y cuelga. Un
segundo después, a Julián le cae una bolita de papel en la cabeza. Se empieza a
reír. La levanta del piso y la desenvuelve, está manchada de pintura. "Puto
el que lee”, dice. Mira hacia arriba y ve al Quemado en la ventana del
segundo piso, que le hace "hola" con la mano. Vuelve a meterse
adentro como un títere. Aparece en planta baja en tiempo récord. Sale del
ascensor de jaula, concentrado en algo que está pensando. Antes de meter la
llave en la puerta de hierro, abre sólo el vidrio:
-Tengo una adivinanza: ¿qué hace Dracula en el campo a la noche? -vuelve a
cerrar y analiza el manojo de llaves. Julián ya está tentado:
-Dale pelotudo.
El Quemado tira de la puerta, como asombrado por lo que pesa. Mira para
ambos lados, acerca la cara a Julián. Y en voz baja, con los ojos muy abiertos:
-Está sembrando el miedo.
Cuando entran en el departamento, a Julián se le viene encima un vaho que
combina encierro, humedad, olor intenso a pintura, a pie, a sábanas sucias, a
churrasco y a meo de perro. Es un monoambiente en forma de L, con dos ventanas
enormes que dan a la calle. No tiene balcón. La única bombita en el techo da
una luz triste. Apoyados contra las paredes en hileras que casi cortan el paso,
hay cuadros de todos los tamaños, cubiertos con una capa de polvo. También hay
bastidores con lienzos en blanco, trapos sucios, pinceles en remojo, latas de
pintura y pomos de óleo estrujados. En una esquina hay una cama con sábanas
blancas o medio beiges, con un cajón que hace de mesa de luz. Hay dos sillones
Luis XV cubiertos de ropa y más ropa en un perchero con ruedas. Por todas
partes hay pilas de discos en CD y en vinilo, y cientos de libros de cine,
tatoo, escultura y pintura. Algunos tienen tapas duras y satinadas. En el
centro de la habitación, debajo de la luz decadente, hay un caballete con una
pintura a medio terminar. Es un ángel regordete con expresión de angustia, con
la vista hacia arriba y una mano en el pecho. Con la otra mano apunta al cielo,
o al Señor, que es lo mismo, según el Quemado.
-Ese ángel es un espanto. No sé si terminarlo o prenderlo fuego -estudia el
cuadro cerrando un ojo, con el ceño fruncido-. ¿No quedó medio bala?
A Julián le hace acordar a las imágenes que veía en la cúpula de la
iglesia, cuando era muy chico, pero no lo dice. Con la bolsa del quiosco en una
mano y los discos bajo el brazo, busca algún lugar donde sentarse.
-Hacele unos bigotes de Freddie Mercury -apunta, mientras encuentra el
sillón bajo la montaña de ropa-. Por ahí te queda más masculino.
-Qué se yo, es para mi vieja, viste. Un regalo para no sé quien. Alguna
vieja loca como ella. Mi vieja está más quemada que yo.
El Quemado levanta algunas cosas del piso, y las deposita sobre otras pilas
de cosas.
-Pero me lo garpa, viste -huele una remera-. Hay que juntar money para
Charly, amiguito. ¿Qué tenés en la bolsita? ¿Me trajiste regalitos?
-Si, te traje ésta -dice Julián, y se toma la entrepierna.
Moro, el cachorro de Bulldog Francés, escucha las risas y aparece bajo el
marco de la puerta de la cocina. Estira el cuello y olfatea el aire. Tiene las
orejas de un tamaño desproporcionado en relación al cuerpo, abiertas como dos
parabólicas que se mueven apuntando a Julián. Moro es puro ojos y cabeza,
completamente negro, con el hocico chato como el Bull Dog, pero a escala mini.
Parece un dibujo animado. Entonces reconoce a Julián, baja las orejas y se le
acerca al trotecito haciéndose el fatigado, masticando algo. Le arroja una
aceituna babeada a los pies y se queda esperando para jugar, moviendo el muñón
de su cola cortada. Tuerce la cabeza, mira para todos lados, bosteza estirando
la lengua y se acuesta con las patas para arriba. Julián se agacha y le
acaricia la panza.
El Quemado junta la aceituna y la emboca en la pileta de la cocina
-Este hijo de puta se afanó una aceituna de la caja de la pizza de anoche.
Pará: ¿hoy que día es? -se mira la muñeca, no tiene reloj-. Bueno, de
anteanoche.
En la cocina hay un yenga de platos,
cubiertos y vasos sucios. Bolsas de basura, diarios viejos, latas de tinner
vacías, más recipientes de plástico con pinceles en remojo, pedazos de madera,
botellas de vino y cerveza vacías. La heladera está cubierta a de imanes de
delivery, huellas de dedos y manos de distintos colores.
-Ponete cómodo, Chuli, esperame que saco esta ropa de acá -sigue
transportando cosas de un lado a otro-. ¿Vos cómo lo ves al bulo? ¿Está muy
desordenado? ¿está como para recibir a una ella? -Julián mira alrededor
y no dice nada-. Me estoy mandando mensajitos con una ella que me
encanta. Me encanta, como la Fanta -se hace burla a así mismo-. Pero hoy me
cuesta arrancar. Me pinché. Por eso lo llamé a Charly -cada vez que dice
“Charly” baja la voz, como si fuera un nombre que no hay que invocar en vano-.
¿Vos cómo estás? ¿Te empomaste a la minita del bar? -y sigue-: este pibe me
llamó recién, dice que está llegando en media hora. Vos no lo conocés a Charly
Brown. Es una leyenda. ¿Qué hora es ahora?
11 y media.
El Quemado trajo otra cerveza tibia, con la excusa de que la heladera no
enfría bien. Charly todavía no vino, ni llamó, ni nada. Julián le devuelve la
botella mientras hojea un libro grande, con tapas negras y duras, de afiches de
películas clásicas. Aparecen versiones Art Deco de King Kong, Drácula
y Metrópolis, entre originales de época y reediciones. Hay una
versión checa a página completa de “2001 - Odisea del Espacio”, que en
checo es “2001- ODYSEJA KOSMICZNA”.
Sentado en la cama, el Quemado toma del pico y acaricia a Moro, que duerme
patas para arriba. Los dos saltan de golpe cuando suena el celular de Julián.
Tiene un nuevo mensaje de Vika:
"Hola, te mandé un mensajito hace un rato. Lo viste?”.
Cierra la tapa y sonríe.
-¿Qué festejás, pastel?. ¿Es la minita?
-Sí, boludo, me encanta. Es una cheta que la va de rebelde.
-¿No le contestás?.
-En un rato, no hay apuro.
-Qué moderno que sos, Chuli.
-¿Y vos? ¿Qué onda tu chica?
-¿Chica? Señora. Báh, en realidad es una chica grande. Yo ya estoy para ese
target, viste. Es entrenadora de caballos de salto. Y le gusta la joda más que
la vida misma. Igual yo tengo pensado cortar con la joda en cualquier momento,
¿sabés? Lo que pasa es que esta chica me hace la segunda y después no la para
nadie. Es indomable. Pero ya estoy medio cansado de andar a los saltos. Cuando
tenés ventipico no sos muy consciente de nada, vas rebotando de un lado para el
otro. Cuando ya tenés casi cuarenta empezás a esconderte, contando chistes como
un pelotudo tratando de que nadie se de cuenta de lo deprimido que estás. ¿Y
qué hace ella? -Moro suspira como un bebé.
-¿Quién?
-Tu chica, pastel.
-Es barwoman.
-¿Trabaja en un bar?
-No, en una ferretería.
-Flaco no te hagás el piola que cuando vos usabas campera de jean yo ya
usaba campera de cuero -vuelve a ponerse reflexivo. Piensa:
-¿Sabés que pasa? es eso; cuando sos chico no te importa el amor. Salís de
joda día por medio, te conocés a los tipos de la puerta de todos los sucuchos,
a todos los dealers, sacás a bailar a los travas, garchás con pendejas a las
que tampoco les importa nada. Querés ser artista, te juntás con gente con la
que creés tener un montón de cosas en común pero en el fondo te das cuenta de
que nadie muestra quién es. Todos están escapándose de algo. Eso es la noche.
Hay una cuestión de compartir, de comunidad, pero también de esconderse, como
te decía antes. Es una compulsión por mantener alejado al dolor. No sé. Tenés
inquietudes, hay algo que te mueve, te sentís importante, parte de una
generación distinta, no querés perderte de nada, todo te nutre. Es como un
resorte que hace tóing! y te levanta aunque hayas dormido una hora -el
Quemado se queda mirando por la ventana.
Julián carraspea y siente el gusto amargo de la cerveza caliente:
-Mirá, qué querés que te diga. Yo... ya que estamos en un momento de
confesiones ¿no? Para mí, vos sos la persona más libre que conozco. Y un
artista talentosísimo. Si te pusieras las pilas podrías estar exponiendo en
cualquier lugar. Hasta en el Malba.
-Mal… vas a terminar vos cuando pruebes la de Charly.
El Quemado intenta hilvanar otro chiste pero acusa el golpe, se le nota en
la mirada. La melancolía se le pasa rápido:
-Mirá: la otra vez escuché a un tipo decir que aquél que sabe que está
enamorado de alguien, y a su vez ese alguien le corresponde, bueno; ese tipo es
un amante. Pero el que vive enamorado y no sabe bien de qué o de quién; ese
tipo es un artista. ¿Qué talco? -se suena la nariz con un trapo manchado de
pintura.
-Está bueno. ¿Quién lo dijo? -Julián se masajea una pierna dormida.
-Ahora mismo no recuerdo, pero está bueno, ¿no? -el Quemado se levanta con
cuidado para no despertar a Moro. Va hacia la cocina y deja la botella vacía.
Desde ahí dice:
-¿Comemos algo, Chuli? Si querés saco unas patas de pollo de basura
-mira el desorden sin saber dónde buscar-. Áh, ya me acuerdo quién lo dijo:
Pocho la Pantera.
-Pelotudo, veníamos hablando bien…
-No, en serio, naipe. Lo dijo él -vuelve de la cocina masticando otra
aceituna vieja-. Te hago otra adivinanza: Sinatra ama a Nueva York, y
Whitney...?
Julián se endereza en el sillón. Estira los brazos, hace sonar el cuello:
-¿Es un chiste?
-Morito vos no digas nada (Moro duerme). Sinatra ama a Nueva York, y
Whitney...
-No sé...
-Houston.
Julián se resiste, pero el remate lo agarró desprevenido. Ahora el Quemado
baila para él, le hace caras, mueve la lengua muy rápido, le hace "la
iguanita". A Julián se le afloja el cuerpo y cae al piso. Es una risa que
viene con efecto retardado, desde adentro, en oleadas. También es el cansancio.
Y la cerveza. Y no haber comido. El Quemado despierta a Moro, lo levanta y
simula arrojarlo encima de Julián.
-¡Mordelo, Morito, mordelo a Chulito! -Moro no entiende nada;
tiembla, ladra, tira mordiscones para todos lados, tiene los ojos como dos
huevos. Julián se agarra la panza:
-¡Hijo de puta! ¡Es malísimo! -el Quemado larga al perro y se va corriendo
a la cocina a pensar qué puede inventar para comer. Julián se queda tirado en
el piso, boca arriba, agitado, mirando la bombita solitaria en el techo, que lo
mira también con una especie de cara sonriente. Cierra los ojos y sigue viendo
un halo blanco. Con una mano acaricia a Moro, que se lame las partes.
Silencio.
Durante un rato ninguno de los dos dice más nada.
2 menos veinte.
Julián abre los ojos y ve al Quemado sobre la cama, que lo mira sin decir
nada. Le pesan los párpados. Tiene la boca pastosa. Al un costado, en el piso,
la botellita de coca vacía y la bolsa del quiosco hecha flecos, con los
preservativos y los sorbetes desparramados. Contra el zócalo, un pedazo de
chocolate se disuelve en un charco de baba. Se limpia la boca con el reverso de
la mano.
-Yo también me quedé dormido -dice el Quemado recostándose contra el marco
de la ventana- y el pelotudo éste se choreó el chocolate de la bolsa. Perdón Chuli,
ahora bajo y te compro otro -Julián no puede evitar el mahumor. El Quemado hace
como si nada-: La coquita sí me la tomé yo, pero porque tenía sed. Los sorbetes
no los usé, los necesitamos para cuando venga Charly. Estuviste bien ahí -le
guiña el ojo-. Ahora: tengo una duda -agarra uno de los discos de la bolsa de
Tower-: Joni Mitchell, ¿es hombre o mujer?
-Es mujer, nabo ¿No ves el dibujo de la tapa?
-Bueno, qué se yo. Puede ser un dibujo cualquiera. Aparte que querés, es un
nombre de chabón.
-Joni es de Joan -lo intenta pero no tiene sentido; se empieza a fastidiar.
Quiere irse, desaparecer.
-Charly mandó un mensajito preguntando la dirección. Y que cuánto íbamos a
querer. Le dije 200. ¿Está bien? ¿vos me bancás 25?
-Sí, yo te banco, pero no sé...
-Dale, haceme la segunda amiguito. Charly ya está viniendo.
-Bueno, pero yo en un rato...
-Pongo un poco de música ¿dale? ¿Morito vos bailás con papá? -Moro deja de
lamer un pedazo de chocolate y los mira.
-Bueno, pero si no viene en media hora yo me voy -Julián se levanta y se
mete en el baño.
2 menos cuarto.
El baño no está mejor que el resto y no tendría por qué estarlo. También
hay latas vacías, pinceles en remojo y manchas indefinidas por todos lados. En
el inodoro flota algo que Julián no quiere ver, y por las dudas tira la cadena.
Se mira en el espejo roto, se lava la cara con un jabón gastado. Las canillas
están oxidadas. Vuelve a mirarse en el reflejo partido, con un ojo arriba y
otro más abajo, como un Picasso. ¿Son tan amigos con el Quemado? Sólo se ven de
noche. Se seca las manos refregándolas contra el jean. Saca el celular. Tipea: “Recién
veo tus mensajes, hermosa. Estaba cenando con amigos. Estaba muy fuerte la
música. A las 4 estoy". Send. Piensa en los labios carnosos y los
tatuajes en los brazos de Vika. Se imagina cogiéndola por atrás.
Respira profundo, y sale.
-¿Hiciste lo segundo? -pregunta el Quemado, que volvió a la posición horizontal.
Suena un tema de Elvis a todo volumen. Julián revisa los cuadros apoyados
contra la pared, esquivándole la mirada.
Hay una serie de tres pinturas en tamaño grande sobre el asesinato de
Kennedy. La primera es una vista en altura del momento exacto del disparo. Las
calles son líneas quebradas sobre un fondo rojo, y las personas del público en
el desfile son manchas de colores. Lo único que tiene algo de detalle es el
metal y los cromados del Cadillac. Se ve el cuerpo inclinado hacia adelante y una
gran mancha roja. La segunda pintura es un croquis del modelo de rifle usado
por el tirador, en líneas firmes y expresivas, también sobre un fondo rojo de
pinceladas desparejas. La tercera es un retrato en primer plano de Lee Harvey
Oswald, el asesino. Tiene una mueca sarcástica, y las luces y sombras están
trabajadas en trazos gruesos, en tonos de verde y rojo. El brillo en la mirada
es irregular, titila, parece vivo
-Boludo -Julián se da vuelta de golpe-, esta serie es genial.
-Si. Está buena, viste -el Quemado suspira desde la cama, jugando con una
chapita.
3 y diez.
Hace un rato que ninguno de los dos habla. Suena el timbre. Un solo
timbrazo, seco, prepotente.
Se miran.
-Si yo te digo carnaval, ¡vos apretá el pomo!.
El Quemado sale eyectado de la cama. Agarra a Moro, que no entiende nada
mientras es llevado de un lado a otro. Sale con el perro bajo el brazo y las
llaves en la mano. Julián se queda solo. Recorre el ambiente con la mirada.
Todo parece más chico. El desorden se le viene encima. Hay olor a humedad.
Junta los discos y se sienta en la cama. A esperar. Trata de hacerse una imagen
visual de lo que va a ver una vez que se abra la puerta. De vuelta la ansiedad
en el pecho, el cosquilleo en las manos. Se sube el cierre de la campera de
cuero. Tiene la billetera, las llaves, todo. Se oye el ascensor, la puerta
metálica. Risas. Una conversación en voz baja.
Silencio.
Se abre la puerta de golpe. Aparece un tipo gigante, la espalda ancha, el
pelo grasiento atado en una cola de caballo, con algunos mechones grises. Tiene
hawaianas y una campera de pólar fuxia. Trae ojeras de varios días, y los ojos
chicos con las venas inyectadas. Sonríe. Le faltan dientes a los costados. Deja
de sonreír. Sale dando un portazo. Del otro lado se oye un murmullo acelerado.
Julián respira fuerte. Pasa un minuto larguísimo. Se abre la puerta de nuevo.
Sin mirar a Julián, que nunca se movió, Charly Brown entra gritándole al
Quemado, que viene atrás:
-¡Pedazo de boludo!, ¿cuántas veces querés que te diga que me avises si
estás con alguien? ¿Como puedo saber que tu amigo de camperita motoquera no es
cana? ¿Y si lo cago a tiros? -dice, revoleando una pistola. Cierra con
violencia y se queda junto a la puerta, moviéndose de un lado a otro. Julián
está momificado. El Quemado, nervioso, deja a Moro en el piso simulando
naturalidad:
-Pero Charly, quedate tranqui. Él es un amiguito de toda la vida. Me
extraña, araña. Mirá, te lo presento: Charly, él es Juli -Julián se levanta y
le extiende un mano agarrotada.
-Un gusto, eh -dice, y en el “eh” le escapa un agudo.
Charly lo estudia y un momento después cambia la cara; ahora le dirige una
sonrisa amplia y generosa:
-El gusto es mío, querido -lo aprieta con una mano fuerte-. Si sos amigo
del compañero aquí presente, está todo bien. Relajate campeón -y le palmea el
hombro.
-No, si Juli está re tranca. ¿No, Juli? -insiste el Quemado, mientras hace
lugar en la cama.
Julián sonríe pero en realidad quiere evaporarse.
-¿Así que no sos cana entonces? -dice Charly, de espaldas, mientras saca
algo del bolsillo de la campera-. Entonces tomá -cuando escucha "tomá”, el
corazón de Julián se detiene. Charly se da vuelta y le arroja algo que tiene el
tamaño de una pelota de ping-pong. Julián la atrapa en el aire. Es una piedra
blanquísima, con pequeños cristales que brillan, a través de varias capas de
papel film.
-Qué tal la drapie que les traje, ¿éh? -Charly los perfora con la mirada,
mientras se acomoda la pistola en el cinturón.
-Y, mirá... hasta donde yo sé, pinta bastante bien -tartamudea el Quemado-.
¿Te sirvo algo Charly? ¿Agua? la cerveza no está muy fría. Bueno, el agua
tampoco, es de la canilla -se acerca y la da una una piña suave, amistosa, pero
Charly sigue moviéndose de un lado a otro, como un animal enjaulado. Mira todo,
toca todo, agarra todo
Julián tantea la piedra. La ansiedad
se dispara. Se le afloja el estómago; de pronto quiere salir corriendo al baño.
-No te preocupes por mi, querido. Lo que sí te voy a pedir es si me
permitís el baño un segundo. Y una toalla. Quisiera darme una ducha, si puede
ser. Y una maquinita de afeitar. ¿Tendrías? -Charly empieza a desabrocharse el
cinturón, la pistola cae al piso junto con la campera de pólar fuxia.
Julián no puede creer lo que escucha, ni lo que ve. El Quemado seguramente
tampoco, pero lo disimula mejor.
-Claro, amiguín -reacciona- El bañito es esa puertita. Maquinitas de
afeitar hay ahí en un vasito. Guarda con el óxido. Ya te doy una toallita
-revuelve la pila de ropa sobre el sillón-. Te quería comentar algo; yo te dije
200 pero me acabo de dar cuenta que me faltan 25. ¿Lo podemos hacer igual?
-desliza, como al pasar.
Charly los mira, con el cinturón en la mano y la bragueta abierta.
Mientras analiza la situación se baja los pantalones, dejando ver un
miembro enorme, que se balancea. Julián corre la vista. El Quemado sostiene la
mirada de Charly, que finalmente acepta:
-Bueno, está bien. Te pido un favor yo a vos, entonces. ¿No me pintás un
escudito de Boca? Para mi pibe. Agarrate uno de esos papeles lindos que usás
vos y pintalo así con colores fuertes, mientras yo me baño. ¿Sale o no sale?
-Julián sigue sin querer mirar. Chequea la hora. 3:25. El Quemado se
entusiasma:
-¡Recontra sale! Vos bañate tranquilo amiguito, tomate tu tiempo y yo me
encargo. Una obra de arte te voy a hacer. ¿Lo querés igual al de la camiseta?
-el Quemado tantea las pilas de cosas alrededor. De un estante saca un papel
usado de un solo lado; de otro, un lápiz y una goma. Más allá encuentra unas
acuarelas. Va a la cocina a buscar agua.
-Macanudo chicos -dice Charly encarando para el baño. Pero se frena de
golpe, y vuelve-; pero antes: ¡una para el camino!. ¿Me permitís, querido? -y
le extiende la mano a Julián, que le devuelve la piedra.
Así, completamente desnudo, desarma el envoltorio de papel film. Agarra el
libro de afiches de película, el de tapas duras, y lo ubica sobre la cama hasta
que queda bien firme. Busca la campera y saca una tarjeta de Máxima AFJP
. Pica meticulosamente la piedra sobre el libro y la divide en dos partes
iguales.
Suena el celular de Julián. Charly se distrae y lo mira, molesto. Vika
escribe: "Dale, lindo. Acordate del chocolate :)”. Julián piensa en
la vaca de Milka.
-Bueno, ¿ven? -dice Charly en tono pedagógico- este montón es para ustedes.
Y este montón es para mí. Ni se les ocurra tocarlo -mientras tanto, el Quemado
garabatea con el pincel y transpira. Mira de reojo y le hace gestos a Julián,
que sigue con la vista clavada en el libro, agarrándose el estómago. Charly le
saca el tubito a una birome que encuentra en el piso, y se toma la mitad de la
parte que le corresponde. Lo hace de una sola snifada, que suena como un
trueno.
-Ugh, no saben lo que anda esto. Considérense afortunados. Me agarran de
buen humor. ¡Qué ducha me voy a dar! ¿Qué es esta verga que escuchan? Loquito
ponete algo púm para arriba -le dice a Julián. Y se mete en el baño,
tirando pasos.
Julián agarra el primer CD que encuentra. En la tapa tiene escrito en
indeleble: “D´MODE - Trance Mix 99". Le da play en un
minicomponente, y lo que sale por los parlantes parece música del boliche del
infierno. El Diablo tiene la cara de Charly.
De fondo se oye correr el agua. Moviéndose como en cámara lenta, el Quemado
deja el escudo de Boca y el pincel, agarra la tarjeta de Máxima y se
acerca sigilosamente al libro.
-Amiguito no te asustes por la pistola -dice en voz baja-, la usa
descargada, es buen pibe.
Julián no puede tragar; siente la garganta seca, rugosa, contraída. Va a la
cocina y toma agua de la canilla, entre platos y ollas con restos de comida
adherida. Desde el Baño Charly pega un grito cuando le abren el agua fría.
Con pulso firme, el Quemado separa una rayita del montón de Charly y la
acerca hacia el lado de ellos. Pasa un dedo por la huella de polvo y se frota
las encías. Le guiña un ojo a Julián, que a su vez se suena los dedos. Luego
acerca otra rayita, y otra, y después otra más.
4 menos diez.
Bajan todos apretados en el ascensor minúsculo. Julián, Charly y Moro, que
va en brazos del Quemado. Charly se acomoda la pistola en la cintura mientras
se mira en el espejo; abre y cierra la boca apretando la mandíbula, admirado:
-Quemadito, es impresionante como afeita esa máquina. Tocame, mirá.
-¿A ver…? Uy, qué bueno amiguito. Piel de bebé.
-Tocame vos, loquito -le dice a Julián.
A Julián le zumban los oídos. Mueve los dedos, choca los dientes, se muerde
los labios, tiene la lengua dormida. El sonido de las voces, la textura del
pólar fuxia, el brillo de los metales, todo se vuelve híper nítido. El cuerpo
le responde acelerado, mecánico. Acaricia la barbilla de Charly Brown.
-Grosso -confirma-. Re suave.
-Charly, si querés, subo a buscarla y te la regalo. La maquinita, digo -el
Quemado es el único que parece tranquilo.
-Sí, ya me la agarré -dice Charly, y sale del ascensor-. Se frena en el
pasillo, les interrumpe el paso:
-También me llevo esto -y muestra el libro de afiches de películas-.
Quedamos a mano, ¿correcto? -y les lanza una mirada con filo.
-Claro amiguín… -el Quemado no se inmuta. Julián es un autómata.
-Aparte de esta forma no se me arrugua el escudo -sigue Charly, impaciente
por salir-. Pienso tomar toda la noche sobre las tetas de la Mujer Gigante.
Cruza sin despedirse. En la esquina, se acerca a uno de esos tipos que
trabajan en los cabarets de la cuadra, captando turistas. Hace gestos
exagerados, y cuando le agarra la mano se puede ver cómo le entrega algo.
El Quemado deja a Moro en el piso y le coloca la correa.
-¿Vamos a hacer pichín con papito? -Moro mueve la cola.
Se levanta y le da un abrazo a Julián. Después lo agarra de los hombros,
mirándolo a los ojos. Cita:
-“Me gusta tanto la noche que al día le pondría un toldo”. Es del Bambino,
¿las tenías?.
Julián raspa con la garganta para que baje mejor. El sabor ácido multiplica
el efecto de la subida.
El Quemado le acaricia la cabeza:
-¿Te vas a ver a la barwoman?
-Sí. Mejor me apuro.
-Vos mejor bajá un cambio. Estás re dibujo. Yo creo que hoy me quedo
solari. Por ahí me pongo a pintar. A ver si termino ese ángel del orto. ¿Te
tomás un taxi?.
-Ahora veo.
-Dale.
-Cuidate.
-Vos también, Chuli.
El Quemado tira de la correa pero
Moro está quieto; mira a Julián, que cruza Marcelo T. Dobla por San Martín.
Camina hacia Córdoba y en la esquina ve un quiosco. Se manda adelante de los
que esperan y pide un chocolate con almendras.
-Con almendras te lo debo, capo.
-No importa, dame cualquiera.
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