miércoles, 25 de mayo de 2016

Charly Brown



Sábado, 9 menos cinco de la noche.

El cajero punk del Tower de la calle Santa Fe observa la pila de CD´s sobre el mostrador. Se da vuelta hacia a su compañero stone, que lo ignora mientras examina un viejo vinilo de los Faces. Está a mitad de precio. El cajero punk revolea los ojos, tuerce la boca, trata de activarse pero es como si la pared lo retuviera. Empieza a pasar uno a uno los discos por el láser. Moon Safari de Air; Mezzanine de Massive Attack; Rocío de Melero; Hejira de Joni Mitchell; Different Class de Pulp. Detrás de él, un cartel pegado con cinta anuncia: LIQUIDACIÓN TOTAL. Cuando es el turno de Marquee Moon, de Television, cambia la expresión del cajero punk. Asiente con la cabeza y busca la mirada de Julián, en signo de aprobación, de fraternidad melómana. Del otro lado del mostrador, con los codos apoyados sobre el borde, Julián no le presta atención. Mirando hacia la vidriera se distrae con el traqueteo de la cortina de metal, que va bajando. A un costado, un guardia de seguridad se escarba la oreja con el índice. Entusismado con lo que encuentra, lo amasa durante un segundo. Se huele los dedos, piensa en algo, quizás tiene un recuerdo. Huele una vez más y se limpia la mano contra el pantalón.

Afuera es julio y los que caminan para el lado de Callao tienen que inclinarse hacia adelante, para vencer al viento que empuja en ráfagas que suben desde la 9 de Julio. Una señora sale de Wendy´s con tres nenes de la mano. Hace fuerza con todo el cuerpo para que no salgan volando. Los tres aúllan de felicidad al sentir que los pies se despegan del suelo.

Julián sale del Tower con la bolsa de discos bajo el brazo. Por un momento el aire frío en la cara es un alivio a la calefacción húmeda de adentro. El viento helado le sacude el sopor, lo despierta. Parado en el medio de la vereda se queda un minuto decidiendo qué hacer. Una opción sería volver a casa a escuchar los discos, comer y prepararse un trago, hacer tiempo. Hasta que pase algo. Pero la noche, con el frío, los negocios que van cerrando y las calles que empiezan a vaciarse, se abre en diferentes posibilidades. Hay un momento de la noche en que el tiempo parece empezar a estirarse, o directamente detenerse. Le gusta esa sensación. Uno queda a salvo de las decisiones, de tener que pensar en el futuro, moviéndose sólo en un presente continuo, donde todas las horas son la misma.

Se sube el cierre de la campera de cuero, y justo cuando se da cuenta de que le haría falta una bufanda, el celular vibra dentro del jean. Tiene dos mensajes nuevos.
El primero es del Quemado:
"Amiguito, venga rapidito! Está viniendo Charly. Traete 100 pecitos. Me prestás 25? : )".
Levanta la vista de la pantalla y se le viene la cara de Arjona. El Quemado es igual a Arjona.
Vuelve al buzón de entrada; el segundo mensaje es de Vika:
"Salgo a las 4, me pasás a buscar? Ya sabés el chocolate q me gusta, jé : )".

Charly Brown, piensa, el mismísimo Charly Brown en persona.

Le vienen imágenes de las anécdotas que oyó de Charly. De pronto siente una ansiedad en el pecho, algo en el estómago, una aceleración en todo el cuerpo. “Voy para allá. Estoy en 15”, tipea, mientras empieza a caminar hacia el bajo.

Cruza Callao y después Santa Fe, a la altura de la Bond Street. Unos skaters muertos de frío se esfuerzan por mantener el espíritu, tirando trucos, fumando porro y dándose empujones. Al fondo de la galería casi vacía se oyen ecos de risas, música electrónica y el sonido agudo y vibrante de una máquina de tatuar. Pasando Talcahuano, la Quinta Avenida está desierta, detenida en otro tiempo. Se frena para mirar; le fascinan los desniveles, la luz amarillenta y ese olor a ropero viejo. Como en un sueño se ve a sí mismo yendo y viniendo por los pasillos, buscando ropa vintage para la noche. Eldorado, Ave Porco, el Morocco; podía estar concentrado en el baile durante horas, buscando mejorar su técnica sin hacer otra cosa. Y después volver en tren hacia el oeste, pensando en lo que podría haberle dicho a esa chica, con la cabeza llena de flashes, la noche adelante y el amanecer atrás.
Acelera el paso. En la iglesia de la otra cuadra hay un casamiento. Pasa apurado pidiendo permiso entre hombres de frac, esquivando mujeres excitadas con la espalda desnuda bajo los sacos de piel. Baja la mirada. Los casamientos, los bebés, y la gente que se muestra feliz en general le producen escalofríos. Se sacude los granos de arroz que le quedan en el pelo y en el cuello de la campera.

En la 9 de Julio se forman remolinos que levantan hojas secas, papeles y bolsas de plástico. Cruza al trote, despidiendo vapor en la respiración agitada. Llega a Plaza San Martín. Bandadas de turistas recorren la desolación de Florida a la altura de donde nace, buscando lugares para comer. De un día para el otro coparon todo, desde que el cambio los favorece. Se amontonan frente a cualquier lugar que muestre la figura de una vaca. Las parrillas de la zona ahora se llaman “Steak Houses”.

El Quemado vive en Marcelo T., en un edificio muy antiguo casi llegando a Alem. Bordea la plaza hasta el quiosquito del Kavanagh. El quiosco tiene una marquesina amplia y luminosa que proyecta un halo circular hacia la vereda, de luz densa, concreta. Parece el mascarón de proa de un barco intergaláctico. Pide un chocolate con almendras, una caja de preservativos y dos sorbetes.
Y por las dudas una coca de vidrio, para disimular.

9 y media.

-¿Chuli? -el Quemado atiende el portero eléctrico y cuelga. Un segundo después, a Julián le cae una bolita de papel en la cabeza. Se empieza a reír. La levanta del piso y la desenvuelve, está manchada de pintura. "Puto el que lee”, dice. Mira hacia arriba y ve al Quemado en la ventana del segundo piso, que le hace "hola" con la mano. Vuelve a meterse adentro como un títere. Aparece en planta baja en tiempo récord. Sale del ascensor de jaula, concentrado en algo que está pensando. Antes de meter la llave en la puerta de hierro, abre sólo el vidrio:
-Tengo una adivinanza: ¿qué hace Dracula en el campo a la noche? -vuelve a cerrar y analiza el manojo de llaves. Julián ya está tentado:
-Dale pelotudo.
El Quemado tira de la puerta, como asombrado por lo que pesa. Mira para ambos lados, acerca la cara a Julián. Y en voz baja, con los ojos muy abiertos:
-Está sembrando el miedo.

Cuando entran en el departamento, a Julián se le viene encima un vaho que combina encierro, humedad, olor intenso a pintura, a pie, a sábanas sucias, a churrasco y a meo de perro. Es un monoambiente en forma de L, con dos ventanas enormes que dan a la calle. No tiene balcón. La única bombita en el techo da una luz triste. Apoyados contra las paredes en hileras que casi cortan el paso, hay cuadros de todos los tamaños, cubiertos con una capa de polvo. También hay bastidores con lienzos en blanco, trapos sucios, pinceles en remojo, latas de pintura y pomos de óleo estrujados. En una esquina hay una cama con sábanas blancas o medio beiges, con un cajón que hace de mesa de luz. Hay dos sillones Luis XV cubiertos de ropa y más ropa en un perchero con ruedas. Por todas partes hay pilas de discos en CD y en vinilo, y cientos de libros de cine, tatoo, escultura y pintura. Algunos tienen tapas duras y satinadas. En el centro de la habitación, debajo de la luz decadente, hay un caballete con una pintura a medio terminar. Es un ángel regordete con expresión de angustia, con la vista hacia arriba y una mano en el pecho. Con la otra mano apunta al cielo, o al Señor, que es lo mismo, según el Quemado.
-Ese ángel es un espanto. No sé si terminarlo o prenderlo fuego -estudia el cuadro cerrando un ojo, con el ceño fruncido-. ¿No quedó medio bala?
A Julián le hace acordar a las imágenes que veía en la cúpula de la iglesia, cuando era muy chico, pero no lo dice. Con la bolsa del quiosco en una mano y los discos bajo el brazo, busca algún lugar donde sentarse.
-Hacele unos bigotes de Freddie Mercury -apunta, mientras encuentra el sillón bajo la montaña de ropa-. Por ahí te queda más masculino.
-Qué se yo, es para mi vieja, viste. Un regalo para no sé quien. Alguna vieja loca como ella. Mi vieja está más quemada que yo.
El Quemado levanta algunas cosas del piso, y las deposita sobre otras pilas de cosas.
-Pero me lo garpa, viste -huele una remera-. Hay que juntar money para Charly, amiguito. ¿Qué tenés en la bolsita? ¿Me trajiste regalitos?
-Si, te traje ésta -dice Julián, y se toma la entrepierna.

Moro, el cachorro de Bulldog Francés, escucha las risas y aparece bajo el marco de la puerta de la cocina. Estira el cuello y olfatea el aire. Tiene las orejas de un tamaño desproporcionado en relación al cuerpo, abiertas como dos parabólicas que se mueven apuntando a Julián. Moro es puro ojos y cabeza, completamente negro, con el hocico chato como el Bull Dog, pero a escala mini. Parece un dibujo animado. Entonces reconoce a Julián, baja las orejas y se le acerca al trotecito haciéndose el fatigado, masticando algo. Le arroja una aceituna babeada a los pies y se queda esperando para jugar, moviendo el muñón de su cola cortada. Tuerce la cabeza, mira para todos lados, bosteza estirando la lengua y se acuesta con las patas para arriba. Julián se agacha y le acaricia la panza.
El Quemado junta la aceituna y la emboca en la pileta de la cocina
-Este hijo de puta se afanó una aceituna de la caja de la pizza de anoche. Pará: ¿hoy que día es? -se mira la muñeca, no tiene reloj-. Bueno, de anteanoche.
 En la cocina hay un yenga de platos, cubiertos y vasos sucios. Bolsas de basura, diarios viejos, latas de tinner vacías, más recipientes de plástico con pinceles en remojo, pedazos de madera, botellas de vino y cerveza vacías. La heladera está cubierta a de imanes de delivery, huellas de dedos y manos de distintos colores.
-Ponete cómodo, Chuli, esperame que saco esta ropa de acá -sigue transportando cosas de un lado a otro-. ¿Vos cómo lo ves al bulo? ¿Está muy desordenado? ¿está como para recibir a una ella? -Julián mira alrededor y no dice nada-. Me estoy mandando mensajitos con una ella que me encanta. Me encanta, como la Fanta -se hace burla a así mismo-. Pero hoy me cuesta arrancar. Me pinché. Por eso lo llamé a Charly -cada vez que dice “Charly” baja la voz, como si fuera un nombre que no hay que invocar en vano-. ¿Vos cómo estás? ¿Te empomaste a la minita del bar? -y sigue-: este pibe me llamó recién, dice que está llegando en media hora. Vos no lo conocés a Charly Brown. Es una leyenda. ¿Qué hora es ahora?

11 y media.

El Quemado trajo otra cerveza tibia, con la excusa de que la heladera no enfría bien. Charly todavía no vino, ni llamó, ni nada. Julián le devuelve la botella mientras hojea un libro grande, con tapas negras y duras, de afiches de películas clásicas. Aparecen versiones Art Deco de King Kong, Drácula y Metrópolis, entre originales de época y reediciones. Hay una versión checa a página completa de “2001 - Odisea del Espacio”, que en checo es “2001- ODYSEJA KOSMICZNA”.
Sentado en la cama, el Quemado toma del pico y acaricia a Moro, que duerme patas para arriba. Los dos saltan de golpe cuando suena el celular de Julián. Tiene un nuevo mensaje de Vika:
"Hola, te mandé un mensajito hace un rato. Lo viste?”.
Cierra la tapa y sonríe.
-¿Qué festejás, pastel?. ¿Es la minita?
-Sí, boludo, me encanta. Es una cheta que la va de rebelde.
-¿No le contestás?.
-En un rato, no hay apuro.
-Qué moderno que sos, Chuli.
-¿Y vos? ¿Qué onda tu chica?
-¿Chica? Señora. Báh, en realidad es una chica grande. Yo ya estoy para ese target, viste. Es entrenadora de caballos de salto. Y le gusta la joda más que la vida misma. Igual yo tengo pensado cortar con la joda en cualquier momento, ¿sabés? Lo que pasa es que esta chica me hace la segunda y después no la para nadie. Es indomable. Pero ya estoy medio cansado de andar a los saltos. Cuando tenés ventipico no sos muy consciente de nada, vas rebotando de un lado para el otro. Cuando ya tenés casi cuarenta empezás a esconderte, contando chistes como un pelotudo tratando de que nadie se de cuenta de lo deprimido que estás. ¿Y qué hace ella? -Moro suspira como un bebé.
-¿Quién?
-Tu chica, pastel.
-Es barwoman.
-¿Trabaja en un bar?
-No, en una ferretería.
-Flaco no te hagás el piola que cuando vos usabas campera de jean yo ya usaba campera de cuero -vuelve a ponerse reflexivo. Piensa:
-¿Sabés que pasa? es eso; cuando sos chico no te importa el amor. Salís de joda día por medio, te conocés a los tipos de la puerta de todos los sucuchos, a todos los dealers, sacás a bailar a los travas, garchás con pendejas a las que tampoco les importa nada. Querés ser artista, te juntás con gente con la que creés tener un montón de cosas en común pero en el fondo te das cuenta de que nadie muestra quién es. Todos están escapándose de algo. Eso es la noche. Hay una cuestión de compartir, de comunidad, pero también de esconderse, como te decía antes. Es una compulsión por mantener alejado al dolor. No sé. Tenés inquietudes, hay algo que te mueve, te sentís importante, parte de una generación distinta, no querés perderte de nada, todo te nutre. Es como un resorte que hace tóing! y te levanta aunque hayas dormido una hora -el Quemado se queda mirando por la ventana.
Julián carraspea y siente el gusto amargo de la cerveza caliente:
-Mirá, qué querés que te diga. Yo... ya que estamos en un momento de confesiones ¿no? Para mí, vos sos la persona más libre que conozco. Y un artista talentosísimo. Si te pusieras las pilas podrías estar exponiendo en cualquier lugar. Hasta en el Malba.
-Mal… vas a terminar vos cuando pruebes la de Charly.
El Quemado intenta hilvanar otro chiste pero acusa el golpe, se le nota en la mirada. La melancolía se le pasa rápido:
-Mirá: la otra vez escuché a un tipo decir que aquél que sabe que está enamorado de alguien, y a su vez ese alguien le corresponde, bueno; ese tipo es un amante. Pero el que vive enamorado y no sabe bien de qué o de quién; ese tipo es un artista. ¿Qué talco? -se suena la nariz con un trapo manchado de pintura.
-Está bueno. ¿Quién lo dijo? -Julián se masajea una pierna dormida.
-Ahora mismo no recuerdo, pero está bueno, ¿no? -el Quemado se levanta con cuidado para no despertar a Moro. Va hacia la cocina y deja la botella vacía. Desde ahí dice:
-¿Comemos algo, Chuli? Si querés saco unas patas de pollo de basura -mira el desorden sin saber dónde buscar-. Áh, ya me acuerdo quién lo dijo: Pocho la Pantera.
-Pelotudo, veníamos hablando bien…
-No, en serio, naipe. Lo dijo él -vuelve de la cocina masticando otra aceituna vieja-. Te hago otra adivinanza: Sinatra ama a Nueva York, y Whitney...?
Julián se endereza en el sillón. Estira los brazos, hace sonar el cuello:
-¿Es un chiste?
-Morito vos no digas nada (Moro duerme). Sinatra ama a Nueva York, y Whitney...
-No sé...
-Houston.
Julián se resiste, pero el remate lo agarró desprevenido. Ahora el Quemado baila para él, le hace caras, mueve la lengua muy rápido, le hace "la iguanita". A Julián se le afloja el cuerpo y cae al piso. Es una risa que viene con efecto retardado, desde adentro, en oleadas. También es el cansancio. Y la cerveza. Y no haber comido. El Quemado despierta a Moro, lo levanta y simula arrojarlo encima de Julián.
-¡Mordelo, Morito, mordelo a Chulito! -Moro no entiende nada; tiembla, ladra, tira mordiscones para todos lados, tiene los ojos como dos huevos. Julián se agarra la panza:
-¡Hijo de puta! ¡Es malísimo! -el Quemado larga al perro y se va corriendo a la cocina a pensar qué puede inventar para comer. Julián se queda tirado en el piso, boca arriba, agitado, mirando la bombita solitaria en el techo, que lo mira también con una especie de cara sonriente. Cierra los ojos y sigue viendo un halo blanco. Con una mano acaricia a Moro, que se lame las partes.
Silencio.
Durante un rato ninguno de los dos dice más nada.

2 menos veinte.

Julián abre los ojos y ve al Quemado sobre la cama, que lo mira sin decir nada. Le pesan los párpados. Tiene la boca pastosa. Al un costado, en el piso, la botellita de coca vacía y la bolsa del quiosco hecha flecos, con los preservativos y los sorbetes desparramados. Contra el zócalo, un pedazo de chocolate se disuelve en un charco de baba. Se limpia la boca con el reverso de la mano.
-Yo también me quedé dormido -dice el Quemado recostándose contra el marco de la ventana- y el pelotudo éste se choreó el chocolate de la bolsa. Perdón Chuli, ahora bajo y te compro otro -Julián no puede evitar el mahumor. El Quemado hace como si nada-: La coquita sí me la tomé yo, pero porque tenía sed. Los sorbetes no los usé, los necesitamos para cuando venga Charly. Estuviste bien ahí -le guiña el ojo-. Ahora: tengo una duda -agarra uno de los discos de la bolsa de Tower-: Joni Mitchell, ¿es hombre o mujer?
-Es mujer, nabo ¿No ves el dibujo de la tapa?
-Bueno, qué se yo. Puede ser un dibujo cualquiera. Aparte que querés, es un nombre de chabón.
-Joni es de Joan -lo intenta pero no tiene sentido; se empieza a fastidiar. Quiere irse, desaparecer.
-Charly mandó un mensajito preguntando la dirección. Y que cuánto íbamos a querer. Le dije 200. ¿Está bien? ¿vos me bancás 25?
-Sí, yo te banco, pero no sé...
-Dale, haceme la segunda amiguito. Charly ya está viniendo.
-Bueno, pero yo en un rato...
-Pongo un poco de música ¿dale? ¿Morito vos bailás con papá? -Moro deja de lamer un pedazo de chocolate y los mira.
-Bueno, pero si no viene en media hora yo me voy -Julián se levanta y se mete en el baño.

2 menos cuarto.

El baño no está mejor que el resto y no tendría por qué estarlo. También hay latas vacías, pinceles en remojo y manchas indefinidas por todos lados. En el inodoro flota algo que Julián no quiere ver, y por las dudas tira la cadena. Se mira en el espejo roto, se lava la cara con un jabón gastado. Las canillas están oxidadas. Vuelve a mirarse en el reflejo partido, con un ojo arriba y otro más abajo, como un Picasso. ¿Son tan amigos con el Quemado? Sólo se ven de noche. Se seca las manos refregándolas contra el jean. Saca el celular. Tipea: “Recién veo tus mensajes, hermosa. Estaba cenando con amigos. Estaba muy fuerte la música. A las 4 estoy". Send. Piensa en los labios carnosos y los tatuajes en los brazos de Vika. Se imagina cogiéndola por atrás.
Respira profundo, y sale.

-¿Hiciste lo segundo? -pregunta el Quemado, que volvió a la posición horizontal. Suena un tema de Elvis a todo volumen. Julián revisa los cuadros apoyados contra la pared, esquivándole la mirada.
Hay una serie de tres pinturas en tamaño grande sobre el asesinato de Kennedy. La primera es una vista en altura del momento exacto del disparo. Las calles son líneas quebradas sobre un fondo rojo, y las personas del público en el desfile son manchas de colores. Lo único que tiene algo de detalle es el metal y los cromados del Cadillac. Se ve el cuerpo inclinado hacia adelante y una gran mancha roja. La segunda pintura es un croquis del modelo de rifle usado por el tirador, en líneas firmes y expresivas, también sobre un fondo rojo de pinceladas desparejas. La tercera es un retrato en primer plano de Lee Harvey Oswald, el asesino. Tiene una mueca sarcástica, y las luces y sombras están trabajadas en trazos gruesos, en tonos de verde y rojo. El brillo en la mirada es irregular, titila, parece vivo
-Boludo -Julián se da vuelta de golpe-, esta serie es genial.
-Si. Está buena, viste -el Quemado suspira desde la cama, jugando con una chapita.

3 y diez.

Hace un rato que ninguno de los dos habla. Suena el timbre. Un solo timbrazo, seco, prepotente.
Se miran.
-Si yo te digo carnaval, ¡vos apretá el pomo!.
El Quemado sale eyectado de la cama. Agarra a Moro, que no entiende nada mientras es llevado de un lado a otro. Sale con el perro bajo el brazo y las llaves en la mano. Julián se queda solo. Recorre el ambiente con la mirada. Todo parece más chico. El desorden se le viene encima. Hay olor a humedad. Junta los discos y se sienta en la cama. A esperar. Trata de hacerse una imagen visual de lo que va a ver una vez que se abra la puerta. De vuelta la ansiedad en el pecho, el cosquilleo en las manos. Se sube el cierre de la campera de cuero. Tiene la billetera, las llaves, todo. Se oye el ascensor, la puerta metálica. Risas. Una conversación en voz baja.
Silencio.

Se abre la puerta de golpe. Aparece un tipo gigante, la espalda ancha, el pelo grasiento atado en una cola de caballo, con algunos mechones grises. Tiene hawaianas y una campera de pólar fuxia. Trae ojeras de varios días, y los ojos chicos con las venas inyectadas. Sonríe. Le faltan dientes a los costados. Deja de sonreír. Sale dando un portazo. Del otro lado se oye un murmullo acelerado. Julián respira fuerte. Pasa un minuto larguísimo. Se abre la puerta de nuevo. Sin mirar a Julián, que nunca se movió, Charly Brown entra gritándole al Quemado, que viene atrás:
-¡Pedazo de boludo!, ¿cuántas veces querés que te diga que me avises si estás con alguien? ¿Como puedo saber que tu amigo de camperita motoquera no es cana? ¿Y si lo cago a tiros? -dice, revoleando una pistola. Cierra con violencia y se queda junto a la puerta, moviéndose de un lado a otro. Julián está momificado. El Quemado, nervioso, deja a Moro en el piso simulando naturalidad:
-Pero Charly, quedate tranqui. Él es un amiguito de toda la vida. Me extraña, araña. Mirá, te lo presento: Charly, él es Juli -Julián se levanta y le extiende un mano agarrotada.
-Un gusto, eh -dice, y en el “eh” le escapa un agudo.
Charly lo estudia y un momento después cambia la cara; ahora le dirige una sonrisa amplia y generosa:
-El gusto es mío, querido -lo aprieta con una mano fuerte-. Si sos amigo del compañero aquí presente, está todo bien. Relajate campeón -y le palmea el hombro.
-No, si Juli está re tranca. ¿No, Juli? -insiste el Quemado, mientras hace lugar en la cama.
Julián sonríe pero en realidad quiere evaporarse.
-¿Así que no sos cana entonces? -dice Charly, de espaldas, mientras saca algo del bolsillo de la campera-. Entonces tomá -cuando escucha "tomá”, el corazón de Julián se detiene. Charly se da vuelta y le arroja algo que tiene el tamaño de una pelota de ping-pong. Julián la atrapa en el aire. Es una piedra blanquísima, con pequeños cristales que brillan, a través de varias capas de papel film.
-Qué tal la drapie que les traje, ¿éh? -Charly los perfora con la mirada, mientras se acomoda la pistola en el cinturón.
-Y, mirá... hasta donde yo sé, pinta bastante bien -tartamudea el Quemado-. ¿Te sirvo algo Charly? ¿Agua? la cerveza no está muy fría. Bueno, el agua tampoco, es de la canilla -se acerca y la da una una piña suave, amistosa, pero Charly sigue moviéndose de un lado a otro, como un animal enjaulado. Mira todo, toca todo, agarra todo
 Julián tantea la piedra. La ansiedad se dispara. Se le afloja el estómago; de pronto quiere salir corriendo al baño.
-No te preocupes por mi, querido. Lo que sí te voy a pedir es si me permitís el baño un segundo. Y una toalla. Quisiera darme una ducha, si puede ser. Y una maquinita de afeitar. ¿Tendrías? -Charly empieza a desabrocharse el cinturón, la pistola cae al piso junto con la campera de pólar fuxia.
Julián no puede creer lo que escucha, ni lo que ve. El Quemado seguramente tampoco, pero lo disimula mejor.
-Claro, amiguín -reacciona- El bañito es esa puertita. Maquinitas de afeitar hay ahí en un vasito. Guarda con el óxido. Ya te doy una toallita -revuelve la pila de ropa sobre el sillón-. Te quería comentar algo; yo te dije 200 pero me acabo de dar cuenta que me faltan 25. ¿Lo podemos hacer igual? -desliza, como al pasar.

Charly los mira, con el cinturón en la mano y la bragueta abierta.

Mientras analiza la situación se baja los pantalones, dejando ver un miembro enorme, que se balancea. Julián corre la vista. El Quemado sostiene la mirada de Charly, que finalmente acepta:
-Bueno, está bien. Te pido un favor yo a vos, entonces. ¿No me pintás un escudito de Boca? Para mi pibe. Agarrate uno de esos papeles lindos que usás vos y pintalo así con colores fuertes, mientras yo me baño. ¿Sale o no sale? -Julián sigue sin querer mirar. Chequea la hora. 3:25. El Quemado se entusiasma:
-¡Recontra sale! Vos bañate tranquilo amiguito, tomate tu tiempo y yo me encargo. Una obra de arte te voy a hacer. ¿Lo querés igual al de la camiseta? -el Quemado tantea las pilas de cosas alrededor. De un estante saca un papel usado de un solo lado; de otro, un lápiz y una goma. Más allá encuentra unas acuarelas. Va a la cocina a buscar agua.
-Macanudo chicos -dice Charly encarando para el baño. Pero se frena de golpe, y vuelve-; pero antes: ¡una para el camino!. ¿Me permitís, querido? -y le extiende la mano a Julián, que le devuelve la piedra.
Así, completamente desnudo, desarma el envoltorio de papel film. Agarra el libro de afiches de película, el de tapas duras, y lo ubica sobre la cama hasta que queda bien firme. Busca la campera y saca una tarjeta de Máxima AFJP . Pica meticulosamente la piedra sobre el libro y la divide en dos partes iguales.
Suena el celular de Julián. Charly se distrae y lo mira, molesto. Vika escribe: "Dale, lindo. Acordate del chocolate :)”. Julián piensa en la vaca de Milka.
-Bueno, ¿ven? -dice Charly en tono pedagógico- este montón es para ustedes. Y este montón es para mí. Ni se les ocurra tocarlo -mientras tanto, el Quemado garabatea con el pincel y transpira. Mira de reojo y le hace gestos a Julián, que sigue con la vista clavada en el libro, agarrándose el estómago. Charly le saca el tubito a una birome que encuentra en el piso, y se toma la mitad de la parte que le corresponde. Lo hace de una sola snifada, que suena como un trueno.
-Ugh, no saben lo que anda esto. Considérense afortunados. Me agarran de buen humor. ¡Qué ducha me voy a dar! ¿Qué es esta verga que escuchan? Loquito ponete algo púm para arriba -le dice a Julián. Y se mete en el baño, tirando pasos.
Julián agarra el primer CD que encuentra. En la tapa tiene escrito en indeleble: “D´MODE - Trance Mix 99". Le da play en un minicomponente, y lo que sale por los parlantes parece música del boliche del infierno. El Diablo tiene la cara de Charly.

De fondo se oye correr el agua. Moviéndose como en cámara lenta, el Quemado deja el escudo de Boca y el pincel, agarra la tarjeta de Máxima y se acerca sigilosamente al libro.
-Amiguito no te asustes por la pistola -dice en voz baja-, la usa descargada, es buen pibe.
Julián no puede tragar; siente la garganta seca, rugosa, contraída. Va a la cocina y toma agua de la canilla, entre platos y ollas con restos de comida adherida. Desde el Baño Charly pega un grito cuando le abren el agua fría.
Con pulso firme, el Quemado separa una rayita del montón de Charly y la acerca hacia el lado de ellos. Pasa un dedo por la huella de polvo y se frota las encías. Le guiña un ojo a Julián, que a su vez se suena los dedos. Luego acerca otra rayita, y otra, y después otra más.

4 menos diez.

Bajan todos apretados en el ascensor minúsculo. Julián, Charly y Moro, que va en brazos del Quemado. Charly se acomoda la pistola en la cintura mientras se mira en el espejo; abre y cierra la boca apretando la mandíbula, admirado:
-Quemadito, es impresionante como afeita esa máquina. Tocame, mirá.
-¿A ver…? Uy, qué bueno amiguito. Piel de bebé.
-Tocame vos, loquito -le dice a Julián.
A Julián le zumban los oídos. Mueve los dedos, choca los dientes, se muerde los labios, tiene la lengua dormida. El sonido de las voces, la textura del pólar fuxia, el brillo de los metales, todo se vuelve híper nítido. El cuerpo le responde acelerado, mecánico. Acaricia la barbilla de Charly Brown.
-Grosso -confirma-. Re suave.
-Charly, si querés, subo a buscarla y te la regalo. La maquinita, digo -el Quemado es el único que parece tranquilo.
-Sí, ya me la agarré -dice Charly, y sale del ascensor-. Se frena en el pasillo, les interrumpe el paso:
-También me llevo esto -y muestra el libro de afiches de películas-. Quedamos a mano, ¿correcto? -y les lanza una mirada con filo.
-Claro amiguín… -el Quemado no se inmuta. Julián es un autómata.
-Aparte de esta forma no se me arrugua el escudo -sigue Charly, impaciente por salir-. Pienso tomar toda la noche sobre las tetas de la Mujer Gigante.

Cruza sin despedirse. En la esquina, se acerca a uno de esos tipos que trabajan en los cabarets de la cuadra, captando turistas. Hace gestos exagerados, y cuando le agarra la mano se puede ver cómo le entrega algo.
El Quemado deja a Moro en el piso y le coloca la correa.
-¿Vamos a hacer pichín con papito? -Moro mueve la cola.
Se levanta y le da un abrazo a Julián. Después lo agarra de los hombros, mirándolo a los ojos. Cita:
-“Me gusta tanto la noche que al día le pondría un toldo”. Es del Bambino, ¿las tenías?.
Julián raspa con la garganta para que baje mejor. El sabor ácido multiplica el efecto de la subida.
El Quemado le acaricia la cabeza:
 -¿Te vas a ver a la barwoman?
-Sí. Mejor me apuro.
-Vos mejor bajá un cambio. Estás re dibujo. Yo creo que hoy me quedo solari. Por ahí me pongo a pintar. A ver si termino ese ángel del orto. ¿Te tomás un taxi?.
-Ahora veo.
-Dale.
-Cuidate.
-Vos también, Chuli.

 El Quemado tira de la correa pero Moro está quieto; mira a Julián, que cruza Marcelo T. Dobla por San Martín. Camina hacia Córdoba y en la esquina ve un quiosco. Se manda adelante de los que esperan y pide un chocolate con almendras.
-Con almendras te lo debo, capo.
-No importa, dame cualquiera.









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